¿Mano dura o integración?

JOSEP ORIOL PUJOL HUMET - 06/12/2005

Francia ha estado viviendo durante varios días noches de violencia iniciada en guetos de la banlieue de París. El estilo mano dura policial del presidenciable ministro de Interior Nicolas Sarkozy parece actuar como catalizador de una respuesta de los ayer inmigrantes que nada tiene que ver con el sacralizado mayo del 68. Probablemente sea cierto que grupos organizados favorezcan la efectividad destructiva que ha llevado a incendiar vehículos y atacar bienes públicos. El detonante, la muerte de dos jóvenes que estaban huyendo de la policía, se ha dado en un contexto explosivo. Para nosotros no hay otra posible alternativa que la inmigración, que ayuda al crecimiento económico de los países desarrollados, no quede al margen de la cultura y el bienestar generalizado donde ésta vive.

Leeremos extensos análisis, sesudos ensayos sobre la cuestión, se buscarán similitudes con otras manifestaciones que iniciaron cambios en la organización social y en el pensamiento occidental o, sencillamente, se explicará como un ejemplo más de la decadencia de un modelo político en el que el Estado tiene un papel excesivo. A pesar de las interpretaciones y matices que se quieran dar, la conclusión no puede ser otra que la afirmación anterior: la inmigración no puede quedar al margen del bienestar que ha contribuido y contribuye a crear.

En el modelo social occidental en el que tener es el valor absoluto, en comunidades con escasos elementos de vertebración social, cuando un colectivo se percibe excluido del bienestar generalizado sin tener nada que perder se convierte en un riesgo para el orden público y, lo que es peor, no encuentra sentido a su vida. Sin un conocimiento profundo de la sociedad francesa, estando nuestro país en una etapa todavía anterior y con índices de paro excepcionalmente bajos, nos atrevemos a formular algunas sugerencias a los gobernantes y a la sociedad en general.

Integremos, evitemos la marginalidad. Esforcémonos en facilitar la equiparación en formación, ocio, dominio del idioma, vivienda. Por incómodo e impopular que pueda ser, es la mejor prevención pensando en el futuro, así como una obligación cara a la dignidad humana.

Seamos responsables, no azucemos la llama de la intolerancia, no busquemos rentabilidades personales, de género o políticas sobre la situación de quien ha tenido que emigrar de su país en condiciones habitualmente extremas y con una rotura de lazos de todo tipo estremecedora.

Seamos colectivamente generosos, equitativos, y aceptemos que el bienestar común es fruto también de la aportación del emigrante. En el plano personal, comunitario, de la administración, comprendamos y promovamos políticas de equidad, de apoyo al recién llegado, por injusto que pueda parecer ver cómo nuestros impuestos deben desviarse a recién llegados de otras razas y culturas.

Favorezcamos los grupos intermedios, la vertebración social integradora, el conocimiento de nuestra cultura y de los valores que el emigrante tiene el deber de asimilar. Apoyemos desde la Administración la libre iniciativa integradora que va más allá de las planificadas políticas públicas.

Optemos por la educación, por la escuela y por otros modelos educativos, como los centros de esplai. Más allá de la transmisión de conocimiento, de los referentes culturales, es imprescindible la integración por parte de todos de valores como la convivencia, el respeto, la apertura a la dimensión trascendente, la generosidad.

Sólo una decidida y contundente apuesta por la educación evitará en un futuro no muy lejano problemas de inseguridad ciudadana o de comprensibles, que no justificables, revueltas por la dignidad como las que ha estado viviendo Francia.

FUENTE:
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