De la integración, ...SIN COOPERACIÓN entre los que tienen y los que no, se formarán poderes paralelos a los de la democracia... (Alain Touraine)

REMEI MARGARIT  - 10/12/2005

El pasado día 28, la contra entrevistó en este diario al sociólogo francés Alain Touraine, una de las cabezas más lúcidas de nuestros tiempos, en los que hablaba de los disturbios de la banlieue parisina. Y salió el tema de la integración de los inmigrantes en los países de acogida. Él decía que es indispensable y en ningún momento negociable que los inmigrantes estén sujetos a las leyes de los países que los acogen, como cualquier ciudadano más, y ponía el énfasis en que en nombre de la multiculturalidad no se debe permitir transgredir esas leyes. Por lo tanto el mensaje era que si unos hombres y mujeres deciden inmigrar a Francia en su caso o a España, en el nuestro, deberán someterse al cumplimiento de las leyes que imperan para todos los ciudadanos. En otras palabras, no se puede permitir ni la poligamia, ni la violencia, ni se pueden permitir prácticas, llamadas ancestrales en las culturas de origen, como las mutilaciones de las niñas ni ninguna otra costumbre que atente contra la libertad o la integridad de las personas, como pueden ser matrimonios concertados de adolescentes sin su consentimiento. Pero no es tan sólo eso, sino que los hijos e hijas de los inmigrantes deberán ir a la escuela y aprender los valores de la democracia y también el derecho que tienen a denunciar los casos en que esos valores son conculcados en su círculo relacional, dentro y fuera de la familia. El sociólogo francés hace hincapié en que son las cosas cotidianas las que tienen el valor principal, las relaciones hombre-mujer, padres-hijos, jóvenes-viejos; las relaciones laborales, familiares y en el ocio. La manera en cómo se vive, y aunque se respeten las costumbres familiares, por encima de ellas está la ley y no la religión como en muchos casos ocurre. No se trata de tener en las ciudades guetos formados por culturas distintas con sus propias leyes internas que repudian las leyes de la democracia, sino de que los inmigrantes sepan que si van a otro país, a uno democrático precisamente, es porque piensan que allí podrán vivir mejor, y si piensan eso, tienen que ser coherentes con lo que ese vivir mejor implica, o sea, derechos y deberes, también deberes para con la democracia. Ésa debería ser la integración real de la inmigración y para ello es preciso que la sociedad que acoge, acoja de verdad, respetando las condiciones de trabajo e implicándose en programas de educación, teniendo en cuenta que, con la aportación de población de otros países, con otras lenguas y otras costumbres, la educación en los centros de enseñanza deberá priorizar la integración de los recién llegados por encima de la competencia y la brillantez. No es tiempo de excelencias, ni el mundo está ya por ellas. Es tiempo de paz y de concordia por encima de todo y ello tan sólo se logra sin discriminación alguna. Si ello quiere decir que el ritmo de la educación se ralentizará un poco, pues eso es lo real, es lo que hay, y la verdad es que no sé a qué vienen esas ansias de correr en todos los sentidos como si se perdiera el tren de ser el mejor y por encima de.El tren que no se puede perder de ninguna manera es el de la cooperación entre los que tienen y los que no tienen, porque si ello sucede, tendremos unos falsos líderes que en nombre de cualquier religión o creencia, formarán poderes paralelos a los de la democracia. Esos discursos, ya oídos en demasía, apelan a lo visceral y si proliferan, la razón encontrará muchas dificultades para imponerse. La verdad es que, en la manera en que tratemos a la inmigración nos jugaremos la democracia. Lo mejor que podemos hacer, pues, es mostrar en todo momento los valores democráticos como la conquista real que el ser humano ha hecho para convivir en paz.

FUENTE:
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