Manual de padres colaboradores.
Reflexionando sobre el papel de los
padres en la escuela[1].
Marta Gutiérrez Sastre
Universidad de Salamanca
La
participación de los padres y madres en la escuela, derivada de la implantación
de los Consejos Escolares regulados por primera vez en la LODE (1985), generó
perspectivas muy diferentes según los colectivos sociales. Si para las
asociaciones de padres, la ley se interpretaba como el reconocimiento al
derecho a formar parte de las decisiones sobre la educación de los hijos, para
el cuerpo docente, la entrada de la familia en los procesos de toma de
decisiones provocaba más recelo que ilusión. Con el tiempo se ha visto que
tanto las expectativas de unos como los miedos de otros eran infundados y, como
resultado, en la actualidad, el debate sobre la capacidad de actuación de los
padres suscita un interés sólo relativo. La progresiva institucionalización del
papel de las partes en la organización escolar nos permite analizar sus
actuaciones con moderación y templanza, como también parece templada la
relación que ellos mantienen entre sí.
El
artículo hace una revisión no tanto del papel de madres y padres en la escuela
como de la percepción que docentes y padres tienen del papel que estos últimos
deberían desempeñar en la institución escolar. Para ello hemos utilizado los
resultados de una encuesta realizada a 400 docentes de centros de educación no
universitarios y una serie de entrevistas realizadas a docentes, padres y
madres de más de cuarenta centros de educación de primaria y secundaria. La
visión que ofrecemos del profesorado es básicamente cuantitativa y derivada de
la encuesta, mientras que la perspectiva de los padres se apoya en técnicas de
investigación cualitativa.
Uno
de los conceptos clave en el texto es la idea de colaboración, entendida, desde
el profesorado, como el principio que da paso a una relación ideal entre padres
y docentes. A partir de ahí, se establecen los condicionantes necesarios para
transformar la potencialidad colectiva de los padres en acciones colaboradoras
que no interfieran en las competencias docentes. Los padres, por su parte, no
renuncian a esta idea, pero no la tienen clara. El ámbito educativo coloca
grandes expectativas en su participación, pero ni la realidad de los centros y
ni sus propios intereses suelen coincidir con éstas. Es evidente cómo los
padres deben adaptar sus capacidades y demandas a las formas exigidas por la
escuela, pero no siempre con los resultados deseados. En este sentido, no es
extraño descubrir que la “no injerencia” soñada por los profesores se
transforma en delegación, cuando no pasividad, por parte de los padres y que la
colaboración puede interpretarse como una mera contribución voluntaria con
actividades puntuales que quedan fuera de las estrictas obligaciones del
profesorado.
En
cualquier caso, se confirma que ha desaparecido por completo el miedo a la
participación de los padres, porque la institucionalización de los mecanismos
de participación les confiere escasas oportunidades para el ejercicio del
poder. Los padres, por su parte, se sirven de modelos diferentes a la hora de
colaborar, cada uno de ellos con significados e implicaciones diferentes.
El sueño de la colaboración
Si
los profesores tuvieran que calificar la participación de los padres en la
gestión del centro la calificarían de conveniente
en un 62’9 %. El concepto de conveniencia está ligado a la idea de utilidad,
interés e incluso beneficio, por lo que podemos interpretar que la entrada de
los padres en el centro educativo no sólo no genera recelos, sino que, se
entiende como un elemento útil a los objetivos y funcionamiento del mismo.
Tabla 1. La participación de los padres según los
profesores
|
Frecuencia |
Porcentaje válido |
|
|
|
|
|
Imprescindible |
72 |
19,4 |
|
Conveniente |
234 |
62,9 |
|
Innecesaria |
36 |
9,7 |
|
Indiferente |
18 |
4,8 |
|
Perjudicial |
12 |
3,2 |
|
Total |
372 |
100,0 |
|
Elaboración
ORGYPROF
El hecho de que los padres participen en la escuela, constituye uno
de los mejores recursos[2]
del centro, siempre y cuando la participación se canalice de manera adecuada,
es decir, a través de la colaboración. Colaborar lleva a trabajar “con otros” en el logro de algún
fin, pero también alude al trabajo voluntario y a las relaciones de
dependencia, ya que el fin que se persigue nunca es el decidido por el que
colabora sino por aquellos que ejecutan o programan. Bajo esta idea de
participación-colaboración, el centro se permitiría la organización de
diferentes actividades a bajo coste, dando entrada a grupos diversos,
reduciendo la uniformidad de la respuesta institucional y descargando al cuerpo
docente de algunas tareas. Sería una participación instrumental[3]
en sus niveles más bajos, es decir, una participación que no trata sobre
cuestiones trascendentales, sino sobre aquellas vinculadas al ejercicio diario
de la actividad[4].
En
este mismo sentido, el 77,9% del profesorado piensa que el papel fundamental de
los padres es el de “hacer caso al profesor y respaldarle”, dejando fuera otras
iniciativas como participar plenamente en el centro (13,8%) o mucho menos ejercer el control en el mismo (5,6 %). Como
veremos, los padres sí mantienen ciertas expectativas sobre el ejercicio de
control, pero, por ahora, se trata de que los padres colaboren –económica y
manualmente- en el desarrollo de ciertos proyectos; en las actividades
extraescolares, en la misión docente en el hogar, en el apoyo y difusión de las
directrices políticas del centro... pero con una influencia escasa sobre los
métodos y planes que se llevan a cabo.
Las
connotaciones políticas de la participación de los padres –el debate sobre los
derechos de las familias respecto al Estado, las ideas del ciudadano que se
compromete y toma parte en las decisiones que le atañen...- se sintetizan en
una única idea, el apoyo a las necesidades del cuerpo docente. Se busca un
consenso activo, para que no sólo lo acepten sino que lo apoyen[5].
Tabla 2. El papel fundamental de los
padres en la enseñanza
|
Porcentaje
Válido |
Dejar que los profesores hagan su trabajo |
2,7 |
Hacer caso
al profesor y respaldarle |
77,9 |
Ejercer cierto control |
5,6 |
Participar plenamente en el centro |
13,8 |
Total |
100,0 |
Elaboración ORGYPROF
No
existen diferencias significativas respecto al papel de los padres según la
titularidad (pública o privada) del centro. Sí destacaríamos una ligera
tendencia por parte de los colegios concertados a pensar que los padres “deben
hacer caso al profesor y respaldarle”, en detrimento de la opción de la
participación plena. Los centros privados que trabajan con la idea del
padre/madre como cliente, así como los reducidos números de caso de
cooperativas, entienden, en una mayor proporción que los colegios públicos, que
los padres sí deben participar plenamente.
Tabla 3. El papel fundamental de los
padres en la enseñanza según titularidad del centro
|
Público |
Privado concertado |
Privado |
Cooperativa |
Total |
Dejar que profesores hagan su trabajo |
2,6% 6 |
3,9% 3 |
,0% 0 |
,0% 0 |
2,4% 9 |
Hacer caso al profesor y respaldarle |
77,9% 183 |
82,9% 63 |
78,6% 33 |
57,9% 11 |
78 % 290 |
Ejercer
cierto control |
5,1% 12 |
5,3% 4 |
4,8% 2 |
15,8% 3 |
5,6% 21 |
Participar plenamente en el centro |
14,5% 34 |
7,9% 6 |
16,7% 7 |
26,3% 5 |
14 % 52 |
Total |
235 |
76 |
42 |
19 |
372 |
Elaboración propia
La
conveniencia de la participación de los padres aparece como el resultado de un
trabajo conjunto. Entender la educación como un proyecto compartido por la
comunidad educativa es una visión muy generalizada entre los docentes; un 70,6%
del profesorado entiende que no tiene sentido una estricta división de
competencias entre padres y profesores, y que ambos deben tomar decisiones
conjuntamente. La educación compete a todos y todos deben implicarse en ella.
Otra cosa será preguntarse quién es el que hace las propuestas, y quién y de
qué forma se toman las decisiones. Parece que en este caso el proceso se
realiza bajo la orientación y guía del profesorado, que pide colaboración para
su proyecto.
Pese
a esta insistencia en el respaldo, los profesores declaran sentirse valorados
por los padres (sólo un 22,5% no se siente valorado). A partir de ahí, los
resultados de la encuesta realizada a los docentes dibuja un panorama de
consenso y cordialidad entre ambos colectivos. El 72,0[6]
% del profesorado reconoce tener buenas relaciones con los padres, básicamente
debido a que cada uno hace su parte. Desde un lado, se entiende que el centro y
con ello el profesorado son muy sensibles a las necesidades de los padres en un
64’4%[7].
Y por otro, los padres parecen entender esta función colaboradora puesto que la
injerencia en sus tareas apenas supone una preocupación para el profesorado, en
todo caso un problema secundario 44,39%.
Los profesores están pidiendo que los ayuden sin meterse en su trabajo. Se
trataría de canalizar el poder colectivo de los padres en “colaboración” a las
tareas docente, pero ésta última parte es la que no queda clara. Los padres
entienden que no deben entrometerse pero no existe unanimidad a la hora de
establecer las formas de la colaboración.
De
hecho, los problemas más serios con los padres se dan, no por su intervención,
que parece ser escasa, sino cuando no hay apoyo, cuando no colaboran con la
tarea docente. Un 59’15% así lo menciona, en porcentajes similares a la
presencia de alumnos que no quieren estudiar; asociando la idea de que los
alumnos que no estudian y los padres que no colaboran forman parte del mismo
problema.
Tabla
4. Dificultades del trabajo docente
|
Porcentaje |
|
La injerencia de padres de alumnos |
Primer orden |
13,6% |
|
Secundario |
44,4% |
|
No es
problema |
42,0% |
Presencia
de alumnos que no quieren estudiar |
Primer
orden |
58,4% |
|
Secundario |
27,2% |
|
No es problema |
14,4% |
La falta de apoyo de las familias |
Primer orden |
59,2% |
|
Secundario |
25,7% |
|
No es
problema |
15,1% |
Elaboración ORGYPROF
Una
de las posibles estrategias para llevar a cabo esta tarea de colaboración es
reducir el potencial colectivo del grupo de padres. Los compromisos resultan
más eficaces cuando tienen un carácter personal y se trabaja individualmente
con cada familia. En este sentido, destacar dos aspectos de los resultados de la
investigación: el profesorado valora mejor a los padres, en general, que la
labor del AMPA en particular y, en segundo lugar, mantiene contactos
preferentemente individuales y no colectivos con ellos.
Tabla 5.
Satisfacción con el funcionamiento Tabla
6. Satisfacción con las relaciones
|
Media |
|
Media |
Dirección |
7,64 |
Alumnos |
8,00 |
Claustro |
7,11 |
Padres |
7,07 |
Consejo Escolar |
6,47 |
Compañeros |
7,95 |
AMPA |
6,03 |
Equipo de dirección |
7,97 |
Inspección |
5,31 |
Administración Educativa |
5,74 |
El centro en general |
7,50 |
Inspectores de educación |
5,35 |
El equipo de curso o ciclo |
7,59 |
|
Elaboración ORGYPROF
El
AMPA es uno de los órganos peor valorados en los centros, 6,03 de media sólo
por encima de algo tan poco amistoso como la Inspección de Educación, y muy por
debajo del funcionamiento del centro en general, de la dirección o del ciclo
(en torno o por encima del 7,50) o hasta del Consejo Escolar, uno de los
órganos menos valorados. Las relaciones con los padres individualmente reciben
una mejor valoración, un 7,07 de media, peor que las relaciones con los alumnos
y con sus compañeros, pero mucho mejor que las relaciones con las autoridades
educativas y los inspectores, lo cual parece muy lógico.
El
profesorado acepta la presencia de los padres con normalidad, porque aceptan la
formalidad del modelo colegiado apoyado en los Consejos Escolares y porque se
han hecho con él. El discurso oficial de los
colegios públicos es que pese a las ineficiencias del órgano colegiado, se
reconoce su función y, con más burocracia que debate, no se entendería en la
actualidad la organización escolar al margen del mismo. La visión que aparece
en los colegios concertados y privados es que los órganos colegiados no tienen
valor, porque son entramados burocráticos que ralentizan el funcionamiento del
centro cuando lo que se necesitaría es más realidad en la gestión y potenciar
la eficacia por encima de otros principios.
En
segundo lugar y buscando la eficacia en las relaciones mencionar que sí existe
una preferencia del profesorado por los contactos individuales con los padres,
antes que colectivos.
Tabla
7. Frecuencia de las relaciones individuales y colectivas
|
Relaciones individuales |
Relaciones colectivas/
representantes |
|
Diariamente |
13,9 |
1,7 |
|
Semanalmente |
28,4 |
3,3 |
|
Mensualmente |
15,6 |
10,7 |
|
Trimestralmente |
27,3 |
47,4 |
|
Anualmente |
7,2 |
21,5 |
|
Nunca |
7,5 |
15,4 |
|
Total |
100,0 |
100,0 |
|
Elaboración ORGYPROF
Acciones y reacciones de los padres frente a la colaboración.
Los
padres, por su parte, parecen haber entendido a la perfección la demanda del
profesorado de no injerir en los asuntos de su competencia. Lo han entendido
tan bien que repetidamente se les acusa de delegar su responsabilidad en exceso
al cuerpo docente, y ellos son los primeros en reconocer que no se implican
“todo lo que debieran” en materia educativa. Encontramos aquí cierta
complacencia, cuando no simple comodidad, pero también la incertidumbre de
saber en qué y para qué pueden implicarse ellos en la escuela.
El
lenguaje de la participación es pretencioso y no carente de ambigüedades. La
legislación[8] habla
del derecho de los padres a participar, de sus funciones y de las estructuras
en las que se integran. Las mejoras derivadas de los procesos participativos en
la escuela (eficacia, democracia, responsabilidad, economía...) son evidentes,
pero también sus dificultades[9];
la cultura participativa ha dado paso a una cultura evaluativa[10]
en la que priman los conceptos de calidad y profesionalidad en los que la
colaboración sin injerencia juega un papel imprescindible. De cualquier forma,
es necesario hacer un análisis pormenorizado de casos, ya que el ámbito en el
que verdaderamente se definen las relaciones y el reparto de poder entre las
partes es el centro escolar, y que es aquí dónde se produce la tensión entre la
solemnidad de los vocablos y la limitación de las acciones.
Una
de las conquistas del profesorado a la hora de modelar el papel de los padres
en la escuela ha sido la de hacerles entender que las mejores relaciones eran
las relaciones interpersonales con el profesor. La puesta en marcha de los
planes de colaboración requiere desistir de los posicionamientos colectivos y de
la separación de intereses, por lo que se trata de entablar “trayectorias
compartidas de trabajo” antes que reforzar el antagonismo entre los distintos
sectores.
Este
planteamiento “individualizante”, que merma la
potencialidad del grupo, no llega a invalidar sus actuaciones colectivas pero
sí las delimita a una serie de circunstancias particulares (las actividades
extraescolares, los actos oficiales y el cumplimiento de la normativa, la
existencia de situaciones problemáticas...). Mientras el contenido básico de la
educación, los procesos de aprendizaje, los resultados, o los problemas, se
tratan de manera individual, al grupo sólo le queda centrarse en cuestiones
marginales. Es especialmente llamativo que las AMPAS no lleguen a proponer
clases de refuerzo en horario extraescolar por no querer ofender al profesorado
cuestionando su capacidad docente o que las preguntas del colectivo ante los
problemas de fracaso escolar sean rápidamente abortadas por docentes y alumnos
en el Consejo Escolar.
El
entender que las relaciones individuales (padre/madre-profesor) generan más
ventajas que las relaciones colectivas de los padres con el profesorado, una
idea que goza de relativo éxito en el grupo, se apoya básicamente en dos
aspectos: en primer lugar, la complejidad de la comunidad de padres/madres y,
en segundo, la conveniencia de dotar de utilidad concreta el vínculo con la
escuela. Respecto a lo primero, mencionar que la diversidad del colectivo de
padres, con hijos, expectativas y posibilidades muy diferentes, determina que
las soluciones universales no resulten suficientemente satisfactorias a las
particularidades de cada uno, por lo que, al igual que en el ámbito del
consumo, se esperan vínculos personalizados a cada caso. Respecto al segundo
aspecto, lo colectivo, en determinadas circunstancias resulta pesado, complejo,
conflictivo o burocrático. No se trata de participar por participar, sino que,
siguiendo esta visión efectista, la implicación escolar se justifica si sirve
para algo, si sirve para resolver cuestiones determinadas, dejando en un
segundo plano la idea de hacer grupo, de debatir o de plantear cuestiones “para
todos”.
La
propia AMPA, como la expresión más evidente del conjunto, es vista de manera
contradictoria por los padres, por un lado se le reconocen sus actividades y el
trabajo desempeñado y se valora el compromiso de sus representantes. Pero,
junto al beneplácito de pensar que hay otros encargados de hacer las cosas,
convive la culpa de saber que no se hace todo lo que se debiera. A las
asociaciones se les suele reprochar que sean unos pocos los que tomen las
decisiones y que mantengan excesivo colaboracionismo, no tanto con el
profesorado, como con la dirección. Se estaría en la paradoja de no querer
participar y criticar a los que participan por no dejarnos suficiente espacio.
Para
la mayor parte de los padres, la participación, en sentido colectivo y al
margen de las necesidades individuales, se concibe, en terminología olsoniana, como un coste. Sí es cierto que su actividad
queda asegurada desde ciertos sectores que lo entienden como un beneficio y que
garantizan la presencia de los padres “al otro lado del teléfono”. Estos
sectores son, por un lado, los profesionales de la representación, es decir,
los líderes más experimentados y acostumbrados a asumir tareas de
representación social, por otro, los sectores más politizados que interpretan
en clave política los entresijos educativos, y, por último, los afectados por
alguna problemática particular del centro.
Esto
de las situaciones problemáticas no es una cuestión baladí, puesto que supone
el contexto perfecto para incentivar, que no asegurar, una implicación generalizada.
Cuando los problemas son individuales, la participación es también individual,
con visitas más o menos frecuentes al tutor, pero si existe una definición
colectiva de problema, se eliminan las dudas sobre la eficacia y la eficiencia
de la participación que queda así justificada. Es el momento en que se hacen
planteamientos más independientes aunque algunas investigaciones aseguran que
cuando más se oye a los padres es cuando son más reaccionarios[11].
En las situaciones en las que no existe esta definición colectiva de problema,
nos encontramos con la conformidad y la delegación de los padres al profesorado
o al representante de la asociación de padres. Es entonces cuando las
relaciones se interpretan en clave de mutua cordialidad y cuando las formas se
adecuan perfectamente con los deseos de colaboración.
En
cualquier caso, el sistema saca del grupo de implicados a importantes sectores
sociales, tanto por arriba como por abajo en la escala social. Por arriba están
los muy ocupados, los que no tienen tiempo que perder para destinarlo a este
tipo de cuestiones, por debajo están todos los que se encuentran muy alejados
de las “formas” del profesorado y de la institución escolar (inmigrantes,
familias con escasos recursos, con bajo nivel educativo y cultural, los que no
dominan el idioma de la escuela...).
Pero
si la participación de los padres en la escuela se entiende como un coste no es
porque los padres desarrollen planteamientos más racionalistas que los que
desarrollan frente a otras facetas en su vida. La clave se encuentra en las
dificultades para apreciar el para qué (o los beneficios) de la implicación
escolar. De hecho, lo que encontramos es una serie de definiciones alternativas
sobre los motivos por los que los padres participan (o colaboran) en la
escuela. Tres son los modelos que resultan más esclarecedores:
- El primero tiene que ver con el interés por
plasmar la parte comunitaria. Se trata de una especie de “trabajo vocacional” por los niños que aparece más entre las madres
que entre los padres, especialmente en primaria y, quizá, con más frecuencia en
escuelas rurales. Supone un traslado del trabajo doméstico a las actividades
escolares-, preparar disfraces, meriendas, decoraciones de fiestas, así como
limpiar y acondicionar la escuela…- que se asumen desde colectivos pequeños con
la idea de crear “comunidad” y mejorar el clima en la escuela.
-
Junto a esta visión “vocacional” habría otra de gestión en las que las AMPAS aparecen como “gestoras de
actividades”, controlan recursos y tratan de llevar a cabo lo que el centro no
puede contratar. Esta visión aparece
como la más moderna y urbana y constituye una de las justificaciones más
frecuentes de las AMPAS. Ambas entrarían en la lógica de la colaboración, la
primera de manera más intensiva y esporádica, la segunda más constante en el
tiempo, no tanto la tercera.
-
Desde el planteamiento realizado desde los sectores más polítizados
y acostumbrados a participar se habla de una implicación en la gestión del
centro como una forma de “control” y
límite al corporativismo del profesorado. Sin renunciar a la colaboración, se
trata de concebir la participación como un contrapeso a los sectores
dominantes. Este control no lo entienden igual todos los padres, a algunos les
parece necesario, pero, a tono con la delegación de poder propia de las
democracias representativas, lo delegan en sus representantes con mucha
facilidad. A otros, simplemente, les parece una visión vaga e imprecisa y con
dificultades para materializarse en cuestiones concretas. Es evidente que la
idea de la participación no es sencilla porque el derecho a participar debe
combinarse con el respeto al bien común[12]
e incluso, podríamos añadir, con el derecho de los profesionales a ejercer su
actividad sin injerencias paralizantes por parte de otros colectivos.
En
cualquiera de estas soluciones, que imprimirá el carácter de la correspondiente
AMPA, se aprecian dos niveles de implicación. Se trata de dos formas de
entender la participación, la de los padres no implicados y la de aquellos que
participan de manera frecuente. Es habitual quedarse sólo con la segunda puesto
que la primera resulta anodina, esporádica, individual y poco vistosa. La
segunda se corresponde más con un trabajo voluntario de un grupo reducido de
padres que aspiran a representar al conjunto del colectivo. Que la “cabeza” del
AMPA funcione muy bien (buena gestión, iniciativa…) no significa que haya una
participación generalizada de los padres, y, de hecho, no es extraño, que
asociaciones de gran actividad queden al mando de un grupo muy reducido de
padres frente a una masa inmóvil de no participantes.
De
todos los modos las AMPAS se renuevan, y atraviesan por periodos más o menos
brillantes, por lo que existe una percepción cíclica de la calidad y el grado
de participación en los centros, con años mejores y peores en esto de la
participación de los padres. El hecho de que dependa de los voluntarios que
quieran “implicarse” cada año les conduce al riesgo de empezar desde cero, aunque
también les permite poder reciclarse. En la medida en que parece difícil que se
pueda pasar el conocimiento de unos a otros da la sensación de que los años de
rodaje han aportado algo de cansancio y pero poco aprendizaje.
[1] Esta ponencia de basa en el proyecto de investigación, Configuraciones Organizativas y Modelos Profesionales: un análisis de las relaciones entre Profesión, Organización y Entorno Escolar” (Ref: BSO2002-02284) dirigido por el profesor Mariano Fernández Enguita y realizado desde el departamento de Sociología y Comunicación de la Universidad de Salamanca.
[2] Vincent, C.
(1996), Parents and teacher: Power and participation, Londres, Falmer Press.
[3] Frente a la participación democrática en la que se
toman decisiones, la participación instrumental tendría el objetivo de ejecutar
tareas contando para ello con los cuerpos dotados de menor poder dentro del
sistema o la organización. Vuori, H. (1992), “La participación comunitaria en AP: un
medio o una finalidad en sí misma”, Atención Primaria, diciembre, núm.9,
Vol. 10.
[4]
Gutiérrez Sastre, M, (2005), "La
participación en los servicios públicos de bienestar: un análisis del poder de
los usuarios en el ámbito de la salud, la educación y los servicios
sociales". Consejo Económico y Social , Madrid
[5] Vincent, C. (1996), Parents and teacher: Power and participation, Londres, Falmer Press.
[6] Frente a un 22,7% que las tiene regulares y un 5,0% que dice no tener relaciones con los padres. Sólo se ha dado el caso de un docente (de 386 en total) que reconoce tener malas relaciones con los padres.
[7] Frente a ellos, un 33,7% de los docentes afirma que el centro es sólo medianamente sensible. Un 1,9% dicen ser poco sensibles.
[8] La LOE aprobada en mayo de 2006, entiende la participación como una valor necesario para la formación de ciudadanos y remite a la LODE (1985) las cuestiones referidas a la participación, autonomía y gobierno del centro.
[9] Feito Alonso, R. (1991), “ CONCAPA y CEAPA: dos
modelos de la participación de los padres en la gestión de la enseñanza” en
Sánchez J.M, La Sociología de la Educación en
España, Actas de la I Conferencia de la Sociología de la Educación; Beattie, N. (1985), Professional Parents:
Parent Participation in Four Western European
Countries, Londres, Routledge
Falmer.
[10] Viñao, A. (1996), "La
ley Pertierra, ¿continuidad, cambio o rectificación?
De la cultura de la participación a la de la evaluación" Jornadas
sobre la LOGSE. Estudio sobre el sistema educativo. Universidad de Granada.
[11] Martín, J. y Vincent, C.
(1999), “Parental Voice: an Exploration” en International Studies
in
Sociology of
Education, vol. 9, núm. 3, (231-252).
[12] Apple, M. (1999), Democratic schools, Open University
Press, Buckingham.